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El poder de la ausencia

  • Foto del escritor: Sandra Rojas Cisneros
    Sandra Rojas Cisneros
  • 13 feb 2019
  • 3 Min. de lectura

Cuando éramos pequeños, imaginábamos infinidad de escenarios sobre lo que venía para nosotros en el futuro, y entre tantas cosas imaginadas, algunos hemos tenido la oportunidad de que la vida nos ponga en lugares que nos acercan hacia una o varias de esas visualizaciones.


También, a manera de pesadilla, muchos de nosotros consideramos la ausencia de alguien o algo como una situación lejana e inmovilizante. Por ejemplo, decimos “el día que alguno de mis padres muera, yo también moriré”; entonces, aplazamos en nuestro pensamiento todas aquellas situaciones que deseamos no sucedan, en especial cuando estas implican la pérdida de algún ser querido o de algo importante para nosotros.


Lo curioso está, en que mientras estemos vivimos tendremos que atravesar por infinidad de espacios que deberán vaciarse para ser llenados de nuevo: “Necesito vaciar mi tiempo como universitaria para que pueda llegar la vida laboral” o “necesito terminar con esta relación que no va a ningún lado para abrir espacio a una nueva”.


Justo esos momentos a los que tememos, y que constantemente aplazamos, tienen algo en común: Nos invitan a tomar decisiones. Muchos de los duelos que transitamos, tienen que ver con decisiones tomadas (renunciar a un empleo, cambiar de carrera, terminar una relación), las cuales, en su momento, aparecieron como algo necesario; independientemente de las consecuencias, la vida invita a la movilización.


Ahora, cuando tenemos una pérdida muy significativa que no vino gracias a una decisión, por ejemplo, la muerte de un ser querido; pareciera que estamos listos para paralizarnos, que el mundo se detiene, que estamos teniendo un mal sueño… Lo que sea está bien, menos experimentar eso.


Lo que sucede con la muerte es que nos pone de frente un escenario en el que somos vulnerables e impotentes, en donde nuestra capacidad de decidir se limita a elegir las flores que pondremos en el altar o el cementerio al que llevaremos a nuestro ser querido ¿Qué herida más grande para el ser humano que esa en donde la vida (o la muerte) te dicen que no puedes hacer más y que nada que hagas cambiará la situación?


Desde un punto de vista personal (y profesional), pienso que la mejor forma de ser reactivos ante este tipo de situaciones es movilizándonos, dejando a un lado la parálisis que viene tras la noticia y la famosa etapa de negación. Si en mi persona, yo permito que mis sentidos se paralicen, todo se habrá detenido. Contrariamente a lo que pudiera esperarse de mí, elijo movilizarme.


Acabo de retomar dos palabras claves: Elijo y movilizarme. Esa es la clave para retomar la vida y re-significarla.


Por supuesto que la falta de algo o alguien importante, causará dolor en nuestro ser, y eso está bien, los humanos somos entidades sensibles no sólo pensantes. Pero, tras transitar el duelo, habría que caer en cuenta de que no hay retorno y de que la vida no se detuvo, el mundo siguió girando, entonces tenemos que comenzar a retomar el paso.


Pocas experiencias son tan importantes y movilizadoras para el ser humano como el estar en falta, porque estar en falta es la esencia de la vida misma, ya que nos mantiene en la búsqueda constante de cubrir ese espacio. En este caso, vivir con la ausencia de alguien, es una invitación diaria a (re)encontrar nuestro camino, ese camino que podría llegar a cubrir una parte del vacío y que además nos permitirá mirar todo desde un nuevo nivel de existencia, en donde pasamos de ser “powerless” a (re)empoderarnos.


La vivencia de la ausencia es una de las más intensas (y bellas) experiencias cumbre. Siguiendo el pensamiento de Maslow, una experiencia cumbre es aquella que logra ser tan significativa y profunda para los sujetos al grado de estar directamente relacionada con su trascendencia y llegando a cambiar aspectos importantes de su personalidad, en palabras simples, una experiencia cumbre es un ejercicio de evolución humana. De ahí que la ausencia y el duelo puedan llegar a considerarse el pretexto perfecto para (re)acomodar y (re)pensar nuestra existencia.


¿Cuántas veces has permitido que la ausencia te movilice?

Sandra.


 
 
 

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